domingo, 28 de diciembre de 2014 0 comentarios

Diario de abordo

El sol de esta noche no ilumina nuestra travesía, pero estoy contigo y eso me da fuerzas para continuar cada día, cada semana, cada mes, un año más. Las olas nos dejan a la deriva, la potencia del viento nos impulsa lejos de nuestro destino, pero nos agarramos a los remos y seguimos hacia delante. Desde que empezó este viaje, hemos sondeado mares extraños, tormentas imposibles y también aguas en dulce calma, cristalinas y bellas. Preciosas playas de islas desiertas. Un suave rumor de brisa fresca ha tocado tu cara y el aire se ha perfumado de tu presencia.

Mañana cuando vuelvan a despertar las flores, cuando la luna se pasee durante el día y las estrellas no brillen en el firmamento, cuando los hielos se derritan y la sombra arda, mañana cuando tú y yo no estemos, mañana, entonces solo quedará el recuerdo entre cenizas y arena de nuestros nombres armados en este texto. Hasta entonces, mi vida, que sirva para pensar en nosotros y en nuestra vida.

La primera vez que te vi no fue especial, lo especial fue comenzar a verte de otra manera. La primera vez que hablamos seguramente fue lo más normal del mundo, todo lo contrario que el primer te quiero. La primera vez que me llamaste por mi nombre no logro recordarla, pero aún escucho en mi oído cada susurro con el que me nombraste. La primera vez que nos despedimos no me dolió, hoy cada despedida me parte el corazón. El resto de primera veces las recuerdo perfectamente. Te he visto dormir apoyada en mí y he acariciado cada uno de tus cabellos. He visto pasar los años a tu lado y solo espero seguir haciéndolo. Hasta llegar a la última playa.


Esa playa donde recordar toda nuestra vida juntos. Aquella donde nos reiremos de todos nuestros sufrimientos, aquella donde lloraremos por nuestras alegrías. Aquella donde repasaremos estos primeros años y descubriremos que tan solo eran los primeros avances de un largo, larguísimo viaje. Aquel que en verdad estamos ahora empezando, porque siempre empieza cada 28 otra vez, como un fénix que renace de sus cenizas, como un barco que llega a puerto para seguir navegando, como tu sonrisa cuando hace brillar el mundo entre mis brazos. El mar sigue ahí, pero está para navegarlo.

Cuando echo la vista atrás, todos los rincones de mi memoria tienen tu nombre. Ya no has dejado ningún rastro sin tu presencia y no deseo realmente que quede ninguno que no lo tenga. En todo pones tu mirada y en todo dejas tu huella. Será por eso que ya no tengo más camino que seguir tus pasos allá donde me lleven.


sábado, 20 de septiembre de 2014 0 comentarios

Un mundo ausente

Cuando vuelvo a pasar por esas calles, solo siento la ausencia. No veo nada más que tu ausencia. Poco importa que el paisaje sea tan hermoso como siempre, que el atardecer ilumine con sus últimas fuerzas mis ojos y brillen en un ámbar ennegrecido. La naturaleza no ha sabido confortar tu pérdida y aún cuando sigo escribiendo, aún noto que vienes por detrás, me acaricias el pelo y te vas. Solo que sé que no estás, o peor, que no volverás, que es imposible que vuelvas.

Durante años me he preguntado por la muerte. Ahora que la tengo tan cerca, me pregunto más por la vida. Por esa vida que me devuelve los recuerdos, las miradas en las fotografías, tu voz en los vídeos. Nos pasamos el tiempo guardando la memoria para que después nos torture con su nostalgia. Con el tiempo pasado hemos creado una historia que nos hace llorar en nuestro presente desgraciado y que viene a ensombrecer los días venideros.


No sé qué es estar sin ti, porque allá donde miro, tú me miras. Sigues sonriendo eternamente. Y yo estoy aquí, solo, frente al tiempo taciturno, que me dejó las horas hastías de un mundo ausente.
domingo, 14 de septiembre de 2014 0 comentarios

En la realidad de nuestra memoria

Cuando volví a abrir los ojos, contemplé con asombro que todo seguía allí: la litera con su escalera blanca, el armario alto, el escritorio con libros de texto, el cuarto de baño, con su pequeña bañera con mampara, incluso algunos juguetes de plástico dentro de un cubo. El largo pasillo, el dormitorio cerrado de mis padres y un salón decorado con un abanico de grandes dimensiones y una mesa cuadrada con taburetes negros debajo del cristal. Una barra americana mostraba tras de sí la cocina, aunque mis ojos no llegaban a vislumbrarla. En fin, aquella era la casa de mi infancia. Y yo tan solo era un niño. De nuevo. Aunque no lo supiera.


No, no lo sabía. Solo vivía mi vida de niño, lo que eran aquellas cuentas difíciles, algún libro de clase, en la televisión echaban dibujos y yo reía o me quedaba quieto, pendiente de la pantalla. Cuando anocheció, cuando aquella noche me quedé mirando la cama encima de mi cabeza, aquella cama sin nadie en su interior, tan solo repleta de peluches, aquella cama a la que me daba miedo subir, tan solo entonces cerré los ojos y empecé a soñar.

Al despertarme al lado de mi novia, sonreí. Lejos de aquella casa, lejos de aquella vida, lejos de cualquier recuerdo.
lunes, 7 de julio de 2014 0 comentarios

Avanzar

[...]
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
[...]
Antonio Machado

Van pasando los años y las cosas cambian de manera inevitable. En esas momentos no podemos dejar de pensar en lo que está por venir, mientras, a la vez, recordamos todo lo que hemos ido dejando atrás, sabiendo que se trata de un camino al que no se podrá retornar. Sin embargo, nada nos impide tomar otra ruta a la que se esperaba, nada nos impide ser quienes queremos ser, aún cuando pensemos que no fuera lo que se esperaba que fuéramos. Pero es normal tener miedo e inseguridad, pensar en lo que queda por caminar, en retomar cosas a las que nunca hubiéramos pensado regresar. 

Quizás tuve la suerte de vislumbrar el final del camino desde casi el principio, aunque ahora sepa que tan solo vi mi camino deseado. Ahora que estoy a pocos pasos de concluir los cimientos, no quiero que tú, precisamente tú, tengas miedo. Porque la verdad es que nada hasta ahora hubiera sido como lo es de no haber sido por ti.

Ahora quieres rehacer tu camino, reconstruirlo, orientarlo hacia otro destino... yo estaré ahí para verlo, contigo. No tengas miedo a avanzar, es algo inevitable: el tiempo sigue corriendo y se nos escapa, ahora solo estás retrocediendo para coger carrerilla y salvar los obstáculos de tu camino. Hazlo con firmeza y no temas, que no te soltaré. No pienso hacerlo.

Gracias por estos diez, por estos cuatro, por estos tres y medio años. Gracias por la eternidad de los siguientes, aquellos que quiero vivir contigo. Porque mi camino no acaba aquí, sigo caminando, creándolo, junto a ti. Allá donde nos lleve y hasta el final.




sábado, 31 de mayo de 2014 0 comentarios

Tras un ocaso

El símbolo de un tiempo que se acaba es lo que representa el día de hoy, como un ocaso simboliza el fin de un día, aunque vuelva a amanecer. Y ahora estamos en esa noche, en ese precipicio que desconocemos, pero que también nos invita a una nueva aventura.

En este momento, como cuando se llega al final de una escalada, es momento de mirar atrás y llenarse de nostalgia por la fugacidad de la vida, por la fugacidad de unos años que, aunque rápidos vistos desde ahora, han hecho mella en nosotros y en nuestra forma de ver la vida, de relacionarnos con el mundo y de terminar de formarnos tal y como somos ahora.

Este es ahora el recuerdo a lo que ha sido tu camino, un camino anaranjado ahora, pero que comenzó bicolor o multicolor o discoquetero. Lo desconozco porque no estuve ahí, o lo estuve, pero de una manera distinta a cómo he llegado a estar después.

2010, 2011, 2012, 2013, 2014. Con ellos, residencia, piso, facultades, bibliotecas, clases, comedor, Kapital, Kinépolis, el mirador de San Nicolás o la Alhambra nos vieron pasar como anónimos transeúntes, sin saber que dejaban en nosotros una seña imborrable. Profesores, compañeros, seminarios, conferencias, fiestas, cumpleaños, visitas turísticas, viajes, paisajes, fotografías, regalos, amistades... y amor. Supongo que son parte de las vivencias emprendidas desde que decidimos venir a Granada, algunas esperadas y otras, inesperadamente sorprendentes, pero completamente gratificantes.

Pero de entre todas las cosas que he descubierto en este camino, más allá de la literatura, la lengua, los balances y las marcas, estás tú. Tú que, pese a todo, has alumbrado todo el recorrido. Tú que me has acompañado desde antes de comenzarlo y que ahora yo te acompaño a terminarlo. Nosotros que creamos un sendero único para los dos desde que una broma pasó de ser mentira a ser verdad. Contigo se ha cumplido la mitad de mi sueño y juntos cumpliremos el resto.

Ahora toca cerrar las puertas de un pasado, otra etapa que quemamos, otras personas de las que nos despediremos. Y una ciudad que ha visto la culminación de nuestro crecimiento, de nuestro aprendizaje, de nuestros corazones nacientes. Una ciudad que te ha visto llorar y que te intentó consolar con sus atardeceres, con sus noches en vela... 

Te recuerdo leyendo mis apuntes en el sofá. Creando experimentos en la cocina. Fotografiando una y otra vez el mismo cielo. Rellenando de números folios de cuadros. Intentando venderme un producto para el que habías inventado una campaña. Ruborizándote al pensar que tendrías que hablar en público y sorprendiéndote de mi templanza sin nervios. Quejándote de la cantidad de libros que nos iba a sepultar. Quedándote dormida a mi lado, derrotada tras un examen. Viendo el amanecer juntos antes de soñar. Inventando excusas para quedarte un rato más a mi lado. Recordando otros momentos que no volverán y soñando con los que habrían de llegar o con los que quedaron pendientes. Soñando proyectos juntos y trabajando en otros que ya existían. Recorriendo Granada a todas las horas posibles de un día, incluso a las prohibidas. Cogiendo un bus en el último segundo o esperarlo durante una eternidad. Contemplar una y otra vez la Alhambra, tan solo una vez nevada. Cuadrar nuestras fechas de exámenes y buscar el momento oportuno para disfrutar juntos. Ir al cine y comenzar a verlo de una manera distinta. Descubrirnos mutuamente. Identificarnos sin voces, conocernos solo con un gesto. Repasar las lecciones juntos.

Y saber que ya no viviremos estos momentos como los hemos vivido hasta ahora.

Pero también que nadie los borrará jamás de nuestros recuerdos. De los recuerdos de un amor naciente que surgió de una amistad madurada en el dolor y la risa. 

Y ya solo me quedan palabras de agradecimiento. Y un enhorabuena.

Enhorabuena por llegar al final del camino... y por hacerlo conmigo.

miércoles, 7 de mayo de 2014 0 comentarios

Los años de la soledad

Los años de la soledad imperante son los que menos recuerdo. La memoria se acostumbra a nuestra vida actual y desecha otras formas de vida que ahora resultan lejanas, vanas, olvidadas. Como si hubieran pertenecido a otra persona que no soy yo, que no eres tú. Que no somos nosotros. Podríamos inventarnos nuestros recuerdos, nadie nos dijo que fueran ciertos. Podríamos pensar que siempre vivimos juntos, que no hubo pasado infeliz, sino presente satisfecho. Podríamos, en fin, vencer a la muerte creando la vida.

Pero nos mentiríamos. Y desecharíamos con la tristeza, la alegría. La alegría que me da recordarte como quiero hacerlo, tontamente, como fuimos de niños, de adolescentes. Esos tontos que se reían de todo, que lloraban por todo, que sentían la vida como ya no la sentimos. No es verdad que fuéramos amigos desde el principio, tan solo conocidos en un patio de colegio inmenso, un microcosmos de media hora diaria que nos parecía suficiente. Tú te marchabas a casa con tus padres, yo recorría las calles de Almuñécar. Dos senderos distintos que llevaban, sin embargo, a dos calles de distancia, dos calles insalvables para quienes no se conocen, para quienes estaban, en fin, condenados a no conocerse por las desdichas familiares.


Maduramos nuestra amistad como se hace el buen vino: con tiempo, con toda clase de tiempo. Con ese tiempo de silencios incómodos que atravesaban nuestras ventanas luminosas, con ese tiempo de conversaciones ingenuas en la tierra naranja de un nuevo patio. Con ese tiempo que se hizo largo, que atravesó veranos, que llegó hasta el invierno de un mes de mayo, cuando ya supe que te irías de mi lado.

Pero me mentí. Y juntamos los recuerdos nuevos de vidas distantes, como un rompecabezas del que no conocemos la imagen definitiva, pero nos satisface el colocar las piezas y probar a ver la silueta que vamos creando. Llegaron, creo, tus peores penas. Y cumpliste más años en tres estaciones que en diecinueve primaveras. Sabía que no lo merecías. Quizás por eso supe que mi camino estaba a tu lado, porque tú me dejabas cuidar de un corazón roto y yo intentaba siempre curarlo.

Vinieron entonces otros años. Los que mejor recuerdo. Te he visto sonreír hasta en el rincón más oculto de tu alma. Te he visto llorar las lágrimas que guardabas de tus inviernos. Te he visto ahora en el pasado y he reescrito nuestra historia. Me he divertido imaginándonos felices en una infancia soñada juntos. En una adolescencia sin calles distantes. En corazones vivos. En un futuro vibrante.

Pero miento. Porque también te he fallado. Y he vuelto a traerte los años de la soledad al recuerdo. Y he visto crecer las canas de la nieve de tus lágrimas. Y solo vivo ahora, creo, por ver tu sonrisa.


Por escribir una nueva historia a partir de ahora. Por crear esa infancia para quien venga a ocuparla. Por darte la mano y no soltarla nunca. Por quererte supongo como te he querido siempre: de manera secreta, de manera silente, pero siempre sonriente. 

Y quizás esta sea la única verdad de este recuerdo. El recuerdo que me traen los años que viviremos juntos sobre los que vivimos solos.

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